8/20/2008

Hoy me desperté alrededor del bullicio matutino, un cansancio que me consume casi por completo y el kikirikeo de la gallina del vecino. Dormí poco más de seis horas y el sueño fue más inquietante que reconfortante.

Mi lectura de estos últimos días me ha puesto a pensar. “Travesuras de la niña mala” de Mario Vargas Llosa. Nunca me había interesado en su obra, sin embargo a petición de mis amigos de “la liga de la justicia” decidí iniciarme en ese viaje placentero por lugares aún desconocidos para mí pero, como pude corroborar, muy bien descritos por el autor.
Pero para poder explicar y hacer entender el pensamiento que me trajo a escribir esta mañana debo comentar un poco sobre los protagonistas: la niña mala y el pichiruchi.
De la niña mala, en realidad, sólo se conocen las mentiras (o acaso verdades?) que ella misma cuenta. Es una mujer que a lo largo de la historia adopta múltiples identidades (y amantes), viene y va, aparece y desaparece, pero nunca corresponde al amor que el coprotagonista siente por ella. Por otro lado, el pichiruchi, más bien Ricardo, es un hombre un tanto apasionado, que está perdido de amor por la niña mala. No importa lo que ella haga, su amor es incondicional.

Me quedó pensando e insisto en lo que ya había analizado antes en mi mente: todos somos partes del mismo juego. Algunos nos toca ser del pichiruchi a otros de la niña mala, o como lo expresó otra persona, del jardinero o de la flor. Se que los que han leído el libro me entenderán un poco más, pero es increíble cómo me he identificado con la trama y no sólo yo, por ahí conozco de otra persona que tiene su niña mala muy particular.

A pesar de todo, no me molesta hacer el papel de pichiruchi/jardinero. Aunque muchas veces, más de las que quisiera, desearía ser, por un momento, la niña mala.

Sólo me queda seguir leyendo, a ver qué pasa……..a lo mejor así adivino lo que el futuro nos depara a nosotros los jardineros……Pero mientras tanto un poema de José Martí que aprendí de niña y que recordé con todo este asunto..


Cultivo una rosa blanca
en junio como enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca.

Y para el cruel que me arranca
el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo;
cultivo la rosa blanca.

8/17/2008

The one with the rainy birthday..

Nunca voy a entender como un día que se suponía sería perfecto terminó siendo tan imperfecto. Paradojas de la vida. Esta es la historia de un cumpleaños que, en un momento se vio arruinado por una tormenta que lejos de amainar a tempranas horas trajo la suficiente lluvia como para aguarme la fiesta (y eso es mucho decir).
Perfecto –me dije a mí misma- si no se puede hoy será mañana. Claro que en ese momento no estaba pensando en la sorpresita que me darían mis amigos.
El sábado amaneció lloviendo como hacía tiempo que no llovía. Me desperté un poco más tarde de lo normal, sólo para escuchar a un vecino pelear con una agente de Edesur sobre una parente avería en su edificio. Tengo que decirlo: entre las malas palabras y el griterío no fue precisamente un momento Kodak.
Así empecé el día, ya no con muchas ganas de ir a bailar pero sí con la mente de salir a cenar con mis amigos. Pasó la lluvia, pasaron las horas y salió el sol.
Llamé a mi gente, no a todos, pero a los que pensé que irían. Dos de ellas no aparecieron, una me llamó para decirme que sí, que iría a donde yo decidiera ir, a la otra no la dejaron ir dado el día “de disturbios”, las 1+1 dijeron que irían, a otra la llamé y quedó en devolverme (cosa que nunca hizo) y así me dispuse a cambiarme para pasar un buen rato.
Pasó el tiempo, cayó la noche y llegó la hora de partir. Mi amigo y hermano José me recogió en mi casa y fuimos al restaurante. Al llegar, gracias a Dios antes de desmontarme, llamé a mis amigos una vez más para confirmar. No, no vamos –me dijo una de ellas-. Y ese singular “no” significaba tres personas menos. Entonces seremos sólo cuatro –pensé-. Llamé a mi otra amiga, que iba con su novio y que, además me había pedido que le llamara cuando estuviera en el restaurante. “Ah –yo voy a ver si paso más tarde porque no ando en mi carro, sino que andamos con unos amigos”. Quedé perpleja, no se si fue más el enojo o lo mal que me sentí. Nadie, excepto por José, iba a mi cena de cumpleaños. Volví a llamar a mi amiga y le dije que lo olvidara, que ya no me iba aquedar en el restaurante (de todas formas ella ni estaba segura de poder ir, lo que comprobé más tarde). Irónicamente, y me supongo que en un acto de piedad, me sugirió que fuera al cine. Sí, lo se, se pasó. Aunque en la vida cotidiana ella suele ser muy responsable.

Pero eso no importa, porque a partir de ahí las cosas se fueon arreglando. Como el bizcocho era un tanto grande, por así decirlo, decidí ir a casa de una de mis amigas, donde, dada la cantidad de personas que allí habitan, sería de un tamaño suficiente. Le dije que llevaríamos la cena, y que estaríamos en unos 20 minutos en su casa. Pasamos por la pizzería, pedimos y nos sentamos a esperar la orden. En eso apareció Sebastián. Un niño hambriento que estaba antojado de una pizza. Consiguió el dinero de formas milagrosas y ordenó su pizza personal de pepperoni. En eso llegó nuestra pizza y nos marchamos.
Debo confesar que la pasé bien aunque no era lo que tenía pensado. Estuve con mis amigos inseparables, hablamos pleplas, como de costumbre, nos pusimos al día y hasta salí de allí con un nuevo pasatiempo. Además de que me prestaron un libro que ya empecé a leer.
La vida da muchas vueltas, lo bueno es aprender de los errores, y saber tornar una experiencia no tan buena en una muy buena y grata.

Eso es todo por hoy, será hasta la próxima....